La Sala Mirador de Madrid ha acogido durante dos semanas la adaptación de la novela superventas de Tatiana Țîbuleac. Una adaptación que traslada la intensidad y la sensibilidad del texto a un monólogo íntimo.
Hay libros que, sin apenas darnos cuenta, se cuelan en las conversaciones del día a día. Entran en silencio y se acaban convirtiendo en una espiral de fuerza, de gritos. Al principio no comprendes el motivo, el por qué tanta gente habla de ellos; no lo entiendes, hasta que sucede. Hasta que lo lees y descubres que no era ruido lo que escuchabas, sino eco. Y ahí, en ese momento, es cuando el libro se transforma en algo mucho más grande.
‘El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’ de Tatiana Țîbuleac llegó a España hace seis años y, desde entonces, no ha dejado de resonar (y con razón). Ahora, la novela de autora moldava ha encontrado una nueva forma de ser habitada más allá de sus páginas, de las letras: el teatro. La Sala Mirador de Madrid ha acogido durante estos dos pasados fines de semana la adaptación de esta historia tan cruda como preciosa en la que una relación maternofilial es la gran protagonista.
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El dolor sobre el escenario
Madrid vibra con ese frío que hiela, que corta la piel sin demasiado cuidado. En un patio de vecinos, en pleno corazón de Lavapiés, se esconde un refugio cálido y hogareño que tiene un enorme superpoder: hacer realidad las historias de papel.
Durante la tarde de un sábado de diciembre, en la Sala Mirador es el turno de Aleksy, un hombre atormentado y perseguido por los recuerdos que un día construyó junto a su madre. Los recuerdos que fueron, que existieron, pero también aquellos que aún estaban en proceso de edificación antes de que su madre falleciera.
El actor Juan Díaz, conocido por su participación en series como ‘Cuéntame cómo pasó’ o ‘Aquí no hay quien viva’, acoge en su propia piel a este personaje tan complejo. Un personaje lleno de aristas aparentemente oscuras, pero que, poco a poco, se acaban convirtiendo en un halo de luz y de esperanza. La historia esconde un trasfondo de mensajes que tintinean: la pérdida, el duelo, el perdón y el tiempo con ese ‘tic, tac’ que nos recuerda que los finales tristes sí existen.
Juan (o Aleksy) recibe a los espectadores sentado en una silla en el centro del escenario, con un traje blanco, unas gafas de sol oscuras y un aspecto desaliñado, nada cuidado. El público se sienta, mirando atentamente al actor y esperando a que el reloj marque pasadas las 20:30 para que el monólogo dé comienzo.
Llegar a esta obra de teatro habiendo leído el libro antes es un enorme regalo. Son suficientes cinco minutos para darse cuenta de que la dramaturgia y la dirección de Miguel Alcantud son una representación más que fiel de ‘El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’. Los pensamientos que Aleksy plasma sobre su diario ficticio, ese que Tatiana Țîbuleac llena de reflexiones y de una mirada al pasado del protagonista, renacen entre los focos.
En la escena solo está él, pero también ella, la madre; no literalmente, pero sí mental y sentimentalmente hablando gracias a una coreografía y una dirección artística que te ayudan a imaginártela con esos ojos verdes de los que tanto se hablan.

El arte de Aleksy, protagonista de ‘El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’ | Fotografía: Lucía Núñez – Why Not Magazine
Te imaginas el dolor de Aleksy gracias a una actuación que conmueve. Ves las pinturas de este personaje que hace tiempo que abandonó su pasión por el alcohol y las drogas. Sientes a tu lado a la madre. Recuerdas junto a ellos ese último paseo en barca. Y rozas a la muerte, que llega al local para llevarse a una nueva alma ficticia y erizándote la piel, porque entonces sabes que será difícil olvidar esta adaptación. De hecho, cruzas los dedos con la esperanza de que nunca termine.
Cuando cae el telón, el silencio pesa más que los aplausos. El patio de butacas tarda en reaccionar, como si le costase soltar esa intimidad que se ha generado entre Aleksy y nosotros; entre Aleksy, su madre, su historia y nosotros. Entonces llegan unos aplausos casi necesarios, no solo para reconocer el gran trabajo de Juan Díaz y de Miguel Alcantud, sino para volver al presente, a la realidad.
Porque esta adaptación no busca explicar el dolor, lo expone; no subraya la herida, simplemente se limita a acompañarla.
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Imagen destacada: Lucía Núñez – Why Not Magazine

