Aitana nos permite entrar en su ‘Cuarto azul’ para mostrarnos sin filtros su viaje por el dolor, la pérdida y la reconstrucción. Un disco sincero, valiente y necesario que rompe con las máscaras y nos invita a sentir cada herida y cada paso hacia la luz.
Hay lugares a los que volvemos sin pensarlo demasiado. Lugares que no necesitan estar en el mapa porque viven en nosotros. Para Aitana, su cuarto azul es ese espacio: un refugio íntimo que la lleva a sus orígenes, donde creció. Allí no hay disfraces ni escudos. No hay intención de aparentar, solo de ser. Está ella, sin adornos, con todo lo que ha sentido, lo que no supo decir a tiempo y lo que aún está intentando entender.
Desde ese lugar, con la tristeza aún reciente, no busca agradar ni impresionar. Solo contar lo que le duele. Y en esa verdad cruda, hay una belleza que no necesita explicación.
La puerta hacia el cuarto azul de Aitana
Aitana nos abre la puerta a ese lugar seguro desde una energía que pide desahogo. ‘6 de febrero’ no es solo una canción, es también una fecha que ya no se celebra. El eco de un enfado que ya no grita, pero que todavía quema un poco por dentro. Esa mezcla de despecho y tristeza sigue latiendo en ‘Duele un montón despedirme de ti’, una despedida que no se da con rabia, sino con la tristeza de saber que, por mucho que doliera, también hubo amor.
Y entonces, cuando crees que todo ya está contado, Aitana se planta en ‘Segundo intento’ para admitir que incluso cuando todo está roto, aún queda esa necesidad de entender qué salió mal. Lo canta con ese sonido de pop que parece envolver el dolor sin anestesiarlo. Lo que sigue no es resignación, pero sí claridad. ‘¿Para qué volver?’, junto a Ela Taubert, llega con ese suspiro de quien ya no quiere repetir lo que ya dolió demasiado. Es como cerrar una puerta, esta vez sin esperar a que vuelva a abrirse de nuevo.
Atravesando el lugar seguro
Existen canciones que parecen escritas con lágrimas. Y ‘Cuarto azul’ es justo eso. Una madrugada de insomnio, en medio de un diagnóstico de depresión, Aitana volcó lo que le quedaba. Sin filtros. Sin adornos. Solo ella, su verdad y una necesidad urgente de sacar el dolor. Dicen que lo más honesto duele, y esta canción lo confirma. Su voz no busca gustar, busca salir. Y en ese grito casi silencioso, permite a aquellos que han transitado un dolor similar, reflejarse en ese espejo.
Pero después de atravesar ese cuarto, las heridas siguen hablando en ‘Desde que ya no hablamos’. Aitana vuelve a escribir sobre el amor, pero desde la ausencia. Desde ese espacio donde ya no hay conversaciones, pero los silencios todavía hacen ruido.
En medio de esa niebla aparece ‘De 1 beso a 2 besos’, con un guiño claro a ‘Alpha’ en su base electrónica y esa energía que invita a llorar bailando. Pero detrás del ritmo, hay una verdad dolorosa: ese sentimiento al pasar de la intimidad al desconocimiento. De besarse a saludarse como extraños. Aitana nos sumerge en esta letra en la frialdad de quien ya no espera nada, pero aún recuerda todo. Es el típico “hola, ¿cómo estás?”, que parece inocente, pero trae de vuelta todo lo que un día fue.
Después, con ‘Trankis’, se permite por fin un respiro. Una pausa para simplemente sentir. Sin forzar. Sin correr. Una canción que abraza en lugar de empujar, y que suena a esos momentos en los que llorar es también una forma de cuidarse.
Cuando la música llega directa al corazón
No todas las canciones del disco hablan de amor romántico. En ‘Música en el cielo’, Aitana se dirige a su abuelo paterno, a quien nunca conoció, pero con quien siente un lazo invisible a través de la música. La canción comienza con un quejido de una saeta cantada por él, y por un momento, parecen hacerlo juntos. Y entre versos, aparece una frase cargada de ternura: “no sé por qué lloro si estás acompañado, si de una forma u otra tú siempre tuviste milagros al lado”. No es solo una metáfora: Milagros era el nombre de su abuela, y con ese guiño sutil, Aitana convierte el recuerdo en algo eterno.
Y llegamos al alma del disco, o por lo menos a una canción que ha conseguido pellizcar y, a la vez, acariciar nuestros corazones. Porque sí, hay algo profundamente honesto en ‘Cuando hables con él’. Un tema sin rodeos, sin metáforas innecesarias, con ojos azules y nombre y apellido. La catalana se abre por completo, incluso sabiendo que podría doler más. Acepta la distancia, sí, pero se permite una última verdad. Y al hacerlo, convierte la letra en un acto de sanación. No busca culpar, ni siquiera consolar. Solo decir lo que tenía que ser dicho.
De la oscuridad a la luz: la fuerza de la amistad
A mitad del disco, la voz temblorosa de Aitana envía una nota a sus mejores amigas. ‘Luz de la mañana’ no es una canción, es el primer paso hacia la luz. Y desde ahí, todo empieza a cambiar. ‘En el centro de la cama’ representa ese momento en que te despiertas y notas que, por fin, ocupas todo el espacio. Ya no está esperando a nadie. Ya no necesita compartir espacio con quien no sabe quedarse. Ocupa el centro, literal y emocionalmente. Porque sanar también es eso: despertarte un día, estirarte, y darte cuenta de que por fin te basta contigo.
Después del duelo, empieza el reencuentro con el deseo. ‘Sentimiento natural’, junto a Myke Towers, recupera el coqueteo, pero desde un lugar más libre. Más ligero. Y ‘Conexión psíquica’ profundiza en esos vínculos inexplicables que nos salvan sin que lo sepamos. Aitana canta con sus amigas sobre esos lazos que no tienen lógica, pero sí sentido. Y lo hace con esa energía suya, traviesa y honesta, como quien vuelve a reconocerse después de mucho tiempo.
Con ‘Superestrella’, se ríe un poco de todo. Después de tanta emoción contenida en el disco, esta canción funciona casi como un respiro. Hay desparpajo, picardía y también un guiño a su faceta más expuesta: la de figura pública. Como si dijera “sí, soy esa de la que todos hablan… ¿Y qué?”. Pero lo interesante es que detrás de ese juego hay también algo de verdad: una mujer que está aprendiendo a vivir sin pedir permiso, que ha dejado de justificarse y empieza a contar las cosas tal y como son, incluso las que nadie espera oír de una “estrella del pop”.
Volver a mirar atrás sin dolor
‘Ex ex ex’, con Kenia OS, suena a recuerdo que ya no duele. A mirada al pasado sin pena. Es como leer conversaciones viejas sabiendo que ya no tienen poder sobre ti. Pero ningún duelo es un proceso lineal, y Aitana también reconoce que en toda recuperación hay tropiezos. ‘Hoy es tu cumpleaños’, junto a Danny Ocean, es uno de ellos. Una canción que parece hecha para ese día en el que todo vuelve a pesar, pero que también nos recuerda que está bien permitirnos no estar siempre bien.
Después, con ‘Lía’, la de Sant Climent le canta a todas las mujeres que han sufrido por amor con una mezcla de rabia y empoderamiento. Es directa, es pegadiza y sobre todo, muy necesaria.
Y entonces llega ‘La chica perfecta’, junto a Alaska, una canción que desmonta cualquier intento de encajar. Porque no, no hay una forma correcta de ser mujer, artista o persona. Aquí Aitana se libera de todas las expectativas que le han puesto encima y canta con orgullo por todas las veces que no fue “como se esperaba”. Es un cierre valiente, divertido y lleno de personalidad.
Un camino de dolor y libertad en el ‘Cuarto azul’ de Aitana
Llegados a este punto, sobran las palabras para decir que ‘Cuarto azul’ de Aitana no es solo un álbum. Es un viaje emocional sin artificios. No los necesita. Es un grito convertido en melodía. Una caída narrada sin vergüenza y una recuperación que no presume, pero sí se celebra. Aitana ha escrito desde la oscuridad, ha cantado desde la verdad, y se ha levantado sin necesidad de fingir que está entera. Y en este disco, por primera vez, la música no es el disfraz, es la herida abierta que empieza a cicatrizar.
Imagen destacada: Aitana ‘Cuarto azul’